"Me perdía entonces por la ciudad tan
completamente como no he vuelto después a perderme, ni en ella ni en ninguna
otra, sin distinguir los puntos cardinales y sin la menor idea de lo que podía
encontrarme al doblar una esquina, con esa ebriedad hecha a medias de asombro
desmedido y cansancio, del impacto causado por la escala de las distancias, las
alturas, los puentes, las multitudes, los ríos. Echaba a andar con las manos en
los bolsillos y me dejaba llevar en una línea quebrada de itinerarios azarosos,
rápidamente extraviado en la cuadrícula abstracta de la ciudad, mareado por la
monotonía de las distancias entre una calle y otra, por la gradación ascendente
o descendente de números que no sabía hacia dónde me estaban conduciendo.
Avanzaba o me detenía obedeciendo las órdenes secas y alternas de los
semáforos, hipnotizado por su repetición, WALK, DON´T WALK, WALK, DON´T WALK,
tanto como por el ritmo de metrónomo que acababan adoptando los pasos para
adaptarse a ellas. Me perdía bajo las bóvedas altísimas y por los vestíbulos de
mármoles resonantes de Grand Central Station, arrastrado como una hoja en un
río por las corrientes y los torbellinos de multitudes que venía en la hora
punta de todas direcciones, ocupando pasillos y derramándose escaleras abajo
hacia los andenes con el tumultuosos poderío de una inundación. En Grand
Central Station la impresión del espacio es tan poderosa, tan estimulante, como
en las ruinas de la basílica de Majencio o en el interior del Panteón: un
espacio desmedido y sin embargo armónico, que no aplasta con la escala de sus
dimensiones, sino que da más bien una cierta sensación de ingravidez que la
mirada vuelta hacia arriba contagia al cuerpo entero, un impulso de elevación
gozosa, como cuando se escucha una cantata de Bach. Salí empujado por la
angustiosa multitud a través de unas puertas de anchos batientes metálicos y me
encontré en la calle, a la sombra de un gran puente de hierro, y caminé hacia
la claridad abierta del cielo del oeste por las aceras de la calle 42, dejando atrás
los leones y los mármoles de la biblioteca pública, los árboles de Bryant Park,
las encrucijadas comerciales de la Sexta Avenida, de Broadway, de la Séptima."
MUÑOZ MOLINA, Antonio. Ventanas de Manhattan. Barcelona. Editorial SEIX BARRAL, 2005. p. 15-16.
ILUSTRACIÓN:
HOPPER, Edward. Hotel By A Railroad. 1952. 101 x 79 cm. Colección privada.
HOPPER, Edward. Hotel By A Railroad. 1952. 101 x 79 cm. Colección privada.
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