"Las oficinas de la C.F.C. estaban desde su
fundación frente al muelle fluvial, sin nada en común con el puerto de los
transatlánticos en el lado opuesto de la bahía, ni con el atracadero del
mercado en la bahía de Las Ánimas. Era un edificio de madera con el techo de
cinc a dos aguas, un solo balcón largo con pilares en la fachada, y varias
ventanas con mallas de alambre en los cuatro costados, desde las cuales se
veían completos los buques en el muelle como cuadros colgados en la pared.
Cuando lo construyeron los precursores alemanes, pintaron de rojo el cinc de
los techos y de blanco brillante los tabiques de madera, de modo que el mismo
edificio tenía algo de buque fluvial. Después lo pintaron todo de azul, y por
los tiempos en que Florentino Ariza entró a trabajar en la empresa era un
galpón polvoriento sin color definido, y en los techos oxidados había parches
de láminas nuevas sobre las láminas originales. Detrás del edificio, en un
patio de caliche cercado con alambre de gallinero, había dos bodegas grandes de
construcción más reciente, y al fondo había un caño cerrado, sucio y
maloliente, donde se pudrían los desechos de medio siglo de navegación fluvial:
escombros de buques históricos, desde los primitivos de una sola chimenea,
inaugurados por Simón Bolívar, hasta algunos tan recientes que ya tenían
ventilares eléctricos en los camarotes. La mayoría de ellos habían sido
desmantelados para utilizar los materiales en otros buques, pero muchos estaban
en buen estado que parecía posible darles una mano de pintura y echarlos a
navegar, sin espantar las iguanas ni desmontar las frondes de grandes flores
amarillas que los hacían más nostálgicos.
En la planta alta del edificio estaba la sección
administrativa, en oficinas pequeñas pero cómodas y bien dotadas, como los
camarotes de los buques, pues no habían sido hechas por arquitectos civiles
sino por ingenieros navales. Al final del corredor, como un empleado más,
despachaba el tío León XII en una oficina igual a todas, con la única
diferencia de que él encontraba por las mañanas en su escritorio un florero de
vidrio con cualquier clase de flores de buen olor. En la planta baja estaba la
sección de pasajeros, con una sala de espera de bancas rústicas y un mostrador
para el expendio de tiquetes y el manejo de los equipajes. Al final de todo
estaba la confusa sección general, cuyo solo nombre daba una idea de la
vaguedad de sus atributos, y adonde iban a morir de mala muerte los problemas
que se quedaban sin resolver en el resto de la empresa.”
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El
amor en los tiempos del cólera. Barcelona. Editorial MONDADORI, 1997. p. 263-265.
Gabriel García Márquez,
escritor colombiano, una de las figuras más importantes e influyentes de la
literatura universal, fue ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982.
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